La materia desaparece pero el ejemplo queda
Eduardo Umaña Luna
Me gustaría comenzar describiéndola a través de su sonrisa, que para mí fue y sigue siendo el ejemplo de la vida misma, de la ilusión, de la esperanza, de la lucha. Esa sonrisa dibujaba un pueblo, ese pueblo nuestro que provocaba en ella y en nosotros alegría y porque no decirlo felicidad. Pero la felicidad es efímera, es como una abejita que fecunda nuestros corazones y luego se marcha. La ilusión y la esperanza encuentran lugar en esos pequeños fragmentos de vida que se han multiplicado al ofrecerlos a nuestras familias, a nuestras gentes, al brindarlos por las calles y por los campos de ese lugar que llamamos país. Su herencia: Aprender a reír a pesar del dolor provocado por la guerra. Nydia decía que uno se va pero el país queda, ella se fue pero antes de partir nos descubrió un país por el cual luchar.
Los recuerdos habitan mi memoria y, a veces muchas veces, vuelvo en el tiempo y recreo esos doce años en mi mente y trato de entender sus enseñanzas como madre y como mujer. Uno de esos recuerdos se llama Puro pueblo, nombre de un libro de Jairo Aníbal Niño, que en la solapa decía que con los años iba a comprender el significado de ser un hermanito de pueblo. Tres palabras con las que principiamos a imaginar la educación para otros niños, hermanitos de pueblo. Así la recuerdo con 26 años llevándome consigo a construir escuelitas en el suroccidente bogotano, en los domingos que el sol radiante de la Sabana provocaba sudores que se mezclaban con el dulce sabor de la tierra trabajada con ilusión.
La recuerdo a través de las letras de Violeta Parra dándole Gracias a la vida, que nos ha dado tanto y la veo por los pasillos de la casa o por las calles de nuestra ciudad cantando junto a la señora Mercedes Sosa las mil veces repetida historia de Alfonsina y el mar y la veo tarareando en las mañanas “Volver a los diecisiete después de vivir un siglo” y en las noches arrullarme con la canción de cuna para que el negrito se durmiera…
Con su sonrisa, sus cantos y sus palabras fue descubriendo para nosotros el valor de creer en lo que se hace, de hacer de los afectos un valor, una política y la obligación de hacer algo para que la represión no oprima los sueños y no acabe con las ideas nacidas de la necesidad de un cambio que reclama Dignidad y Libertad y Autodeterminación como derecho inalienable de todos los pueblos.
El río de la memoria trae en su cauce caricias y besos que consentían mis primeros años de vida, y trae su nombre Erika, como trae el de América, como trae el sabor de la utopía siendo aún como una fruta fresca como la semilla que se cultiva salvaje y libre en la intrahistoria y a pesar de la historia y de su signo trágico.
No deja de ser nostálgico el recordar, pero el tiempo nos ha enseñado que ese “re-cordis” volver a pasar por el corazón, es volver a vivir y darle vida a nuestros desaparecidos y a todos los que con sus huellas van marcando el camino de la verdad y de la justicia.