La mirada expropiada…

Amanece en la sabana, los primeros rayos de luz solar logran colarse entre las nubes, a las que una vez citó Hernando Gómez en las caminatas que reiterativamente promovió, para que algunos más de los transeúntes de la pena capital (Bogotá) se enamoraran de este largo y continuado delirio citadino: En su boca estaba Borges, elogiando las nubes  que se tienden sobre esta altura celeste que dicen está más cerca de las estrellas. Al levantar la mirada el cielo parece estar cada vez más cerca. En la radio de mi vecina se deja oír el disco Raíces de Antonio Arnedo.

Sus notas logran evocar la última tarde de “jazz al parque” que he vivido. Era Arnedo con sus fusiones bajo ese sol de siempre en la que las penas suelen quemarse a ritmos de mestizaje, de fusión, de explicaciones sobre lo que podrían llamar los colombianos Nuestra cultura. Resumido en tres palabras: problema de identidades. Comencemos por renombrar las cosas, por entender que somos, qué hemos sido y para donde vamos. A los colombianos nos ven de diversas formas, sin embargo los que pueden vernos, lo hacen siguiendo los parámetros establecidos como códigos universales. ¿Pero qué se ve en ese espejo?. ¿O desde el otro lado?. La racionalidad acusa siempre, y la irracionalidad condena. Por favor que no se confunda identidad con nacionalidad.

Colombia es un país en duelo. Un duelo de combates como los que encaraban algunos caballeros por mantener en alto una cosa llamada dignidad o quizás orgullo revestido de tal. También el duelo soportado por huérfanas y viudas. O El duelo ejercido por guerillos contra paracos, por milicianos contra policías, por delincuentes comunes, políticos corruptos y gigantescas multinacionales contra miles de los que llaman compatriotas. Un duelo que no cesa... porque no ha existido el espacio, ni el tiempo para que los vivos se despidan de sus muertos y porque la justicia no es más que una utopia...

I

Intentaré hacer un resumen de mis últimos vuelos por estos nuevos cielos estrellados, por esas noches embriagadas, por los días dudosos, por un nuevo paisaje, en el que pasan intranquilos mis segundos, en busca de un lugar perdido, de la perdida de lugar que significa el  exilio, por lo que llaman “algún lugar de Europa”.

Bajaron mis pieles por las germánicas y otoñales plataformas de una estación con nombre de puerto y se embarcaron casi apestando a despedida, sin mirar atrás, brindé por lo que fueron los últimos instantes de una pasión irreconocible y una posible reconciliación se deshacía en un aire vigilado por los guardias fronterizos. Los papales no caducados suponen que soy libre de transitar por el círculo de estrellas económicas y aprovechando la última oportunidad del condenado: aterricé…  me explico:

Acaban de traer las cigüeñas unas cajas que muy bien embaladas y empacadas, contienen la última dirección sin rumbo de un destinatario de alrededor cien kilos de soledad, indiscriminadamente repartida entre libros, aparatos visuales y sonoros y uno que otro trapo para soportar las estaciones que se avecinan. Junto al código postal dice: aro occidental 68, (westring).

El sistema codificador de Europa presume ser omnipotente y su poder para mantenerse en el poder, se basa en las injusticias más soberbias de la historia de la humanidad. Las bases que sostienen el mito que conlleva su nombre no son más que una ilusión. Como dijo el pacifista hindú cuando le preguntaron acerca de la civilización europea: “sería una buena idea”, - dijo.

A mi también y a pesar de las objeciones que traigo por naturaleza, me hubiese gustado la idea de adentrarme en la EuRopa, en la eu- traje, traje de - sastre, en la ropa y en las sobrepieles de los residuos que hoy se distinguen con banderas comunes, más no comunitarias.

 

Aquí empieza mi historia:       

 Berlín,

No importa ya la cantidad de veces que he llegado o me he marchado de Berlín, el caso es que como un raro imán contrapone mis fuerzas con las  suyas, con su fuerza de gravedad, cuando estoy lejos me atrae su recuerdo, el recuerdo de las posibilidades, porque eso es otra cosa, el lado humano creo que ya me pertenece de alguna manera, haber rodado noche tras noche bajo techos ajenos, suelos, sofás, colchones, a veces con almohadas, otras tantas sin ellas y algunas otras con gran cantidad como para pelearse con los que allí se guarecen. Al principio me parecía una ciudad de espacios cerrados, quizás es por esa razón física que logra que las gentes se recojan ante el frío al lado de sus calefacciones, de sus estufas, debajo de mil mantas o de unas cuantas incontables capas de ropas que hacen más térmicas las largas noches y sus cortos días. En la práctica sé, que en la ciudad se ubican enormes edificios que ofrecen, ofrecen, ofrecen...

Suelo hacerme creer que el verano y el invierno provocan ciudades distintas. Que el color de las calles cambia como las hojas de los árboles, así por ejemplo aprendí a distinguir en la galería de los días, grises que casi cuentan el infinito. Entre el gris del suelo y el gris del cielo la paleta de colores es todo un universo. A primera vista es un solo y plano gris acabose, el color de la nostalgia. Pero con una constante e insistente búsqueda que puede tardar, los grises se iluminan disparándonos a la intimidad de las velas que se queman por centenares, de lámparas que se encienden simultáneas al segundo y las públicas luces de neón que son testigos de la cuasi negra noche... la magia se esconde tras esas ventanas tan esquemáticamente parecidas, como si fuese un befehlt arquitectónico y los edificios en su fachada debiesen ser regulares controlando así el espacio visual...

Claro que he de describir esa Alemania que me permitió transformar el trauma en Traum, en sueño, en la que me reconozco como un viajero y desde el exilio del tiempo y del espacio, para darle forma a el dolor interior. Llegué aquí con un par de maletas al hombro, después de despedirme de algunos amigos, no de todos, fuimos al aeropuerto el Dorado de Bogotá y sin saber que sería de mi, tomé aire como si fuese a saltar de un trampolín y me hundí hasta el fondo hasta verlo todo oscuro para sonreírle ciego a las circunstancias inmediatas.  Embarcamos un vuelo de la compañía alemana que pinta pajaritos azules en los blancos aires y que siempre aterrizan con mareados que nunca tocan las saladas aguas del mar y que en tiempos extras anuncia con voces femeninas, que nos arrimamos a la orilla superior del puerto Franco.

Un rubio alto de camisa veranera de flores naranjas y amarillas al divisarme en el paisaje, en medio del rebaño de pasajeros intentó detenerme. Con cara de cazador saboreaba una víctima más antes de degüllírla viva. Mi cara de todo puede estar pasando, deja ver mi miedo y sobre la chaqueta se supura un olor a víctima fácil, que cansada de salvarse, viene dispuesta a morir en la derrota antes del combate. Mi ángel de las nieves salió a protegerme, se enfrentó con él y le dijo unas cuantas frases en una lengua que yo había escuchado antes pero que no entendí. Fremdländisch. Bajo su protección retomé la fuerza en los pasos de sus certezas, así crucé el primer laberinto fuertemente custodiado por enormes moles de músculos y pistolas que disparan xenofobia en ráfagas, me quedó bastante claro que se podía repetir afuera en los otros laberintos dentro de sus fronteras.

En los callejones de este puerto las puticas que no llegan a los 17 ofrecen los colombianos sabores de la carne tierna. Niñas que se hicieron en familias pobres, vienen bellas a valorizar el precio de sus placeres con los antojos de unos que sin saber amar y pagan lo que las casas de espejos y neones exigen como consumo mínimo. No se sabe cuantas mujeres con vencidos pasaportes que ratifican su colombiana procedencia pululan las noches de Frankfurt. Aquí se vuelven Madames de la nuit y envejencen sin conocer juventud alguna. Esconden los manoseados billetes junto a sus manoseados órganos, junto a los tatuajes del desamor, para enviarlos a sus familias al otro lado del charco por compañías que les quitan otro gran porcentaje del fifty-fifty que imponen los Zuhälter y los dueños de las cuevas del sexo ajeno. La luz de los ojos no existe. Pocos se preocupan por estas mujeres y muchos hablan de su profesión con asco y ellas sueñan con que algún día reunirán lo suficiente para comprarse un ranchito y vivir junto a alguien que las quiera de verdad por el resto de sus días sin preguntas por el pasado. Los ladrones colombianos y los expendedores de drogas completan el triángulo equilátero, un triángulo de medidas perfectas, el triángulo de la perdición del presente, el deseo de dejar de ser y de algún día poder volver a su tierra con los bolsillos repletos de billetes para mirar de igual a igual a esos otros que por desprecio e incomprensión y con mucha violencia les marcaron el camino donde bastantes se quedan atrapados y donde pocos salen bien librados.

Hace solamente unos cuantos siglos otros ladrones se trajeron las riquezas materiales que los profesionales del hampa pretenden recuperar de las estilizadas joyerías, de las casas y edificios del primer mundo. Los mismos que violaron a las tatarabuelas de estas damiselas y como madres solteras parieron los primeros bastardos para que sin nombre alguno engendraran generaciones de siervos sin tierra. Algunos conocidos se vinieron de mula, de mulas, pasajeros que transportan kilos de drogas y alguno que otro sueño de libertad económica y terminaron apropiándose por años de un metro cuadrado de cárcel y labraron y abonaron la indomable soledad en la equivocación de haber sido y Pedían a gritos detrás de las paredes que les visitara y que llevase conmigo cartas a sus familias inventadas por mí, con historias sobre lo bella que es Europa y las maravillas que se esconden tras las fronteras de nuestra ignorancia.

 

II

Mi heredada familia me esperaba en un rincón de la Schwäbische Alp, en un rincón apartado de este apartheid, en un lugar donde las donaciones de los buenos amigos del abuelo le permitieron a los  familiares de Asfaddes y de otras luchas populares continuarse peleando el derecho a la vida, a la dignidad, a la libertad... En un garaje de puerta azul una paloma blanca se recoge contra el techo para dar la bienvenida a los recién exiliados y enseñarnos el primer techo que guarecerá nuestros restos. Escribo sin parar, escribo a los amigos de los que no alcancé a despedirme, a los compas de la lucha antimilitarista, a los organizadores del  encuentro latinoamericano de objetores de conciencia, reiterándoles mi decisión de seguir en la lucha en estos campos donde la batalla apenas comienza  y a mi amada un par de poemas que me brotan de la piel, porque sé que también a ella al igual que a mi tierra la he perdido en la distancia y me lloran los versos bajo el sol del verano y la alergia al polen hace que todo en mi estornude, puntos y comas ¡y te prometo que a pesar de mi mismo te seguiré amando mujer...!

De mi maleta extraigo dos libros que vienen de ella, un bárbaro en Asia y uno sobre Alemania que en la última noche me dejó su gran amigo y mi primer vector de viajes internacionales, el arquitecto que posee la casa roja de la calle del Camarín del Carmen. Cuando viaje por Suramérica me hizo un gran plano de lugares que tenía que visitar y sólo se equivocó en uno, en Puno, ahora me hacia entrega oficial de un mamotreto gris plateado que en su primera página traía en Alemán una dedicatoria de un vicealmirante de la marina Alemana fechada en el 75, y en la segunda: Para Eric esté fragmento de mi herencia que sabrá usar en los tiempos y espacios de Einstein, como la justa fuente de la energía. HCB, julio 2 1997.  Das Bild der Erinnerung, das wir im Herzen tragen, ist unzertörbar. (La imagen de la memoria que cargamos en nuestros corazones es indestructible). Con la parte de cerebro que todavía funcionaba en mi cabeza quise jugar al viajero que nada entiende sobre la cultura, no me era difícil, era lo que estaba viviendo, pero no era nada bárbaro y Alemania no era Asia, así que retomé las palabras de mi amigo Vinicio cuando me encomendó ser el primer chasqui del movimiento antimilitarista en Latinoamérica cuando de paso por su casa en Quito me llenó de razones y direcciones para empaparme con los panas y los patas y los compadres del sur sobre la vivencia y la sobrevivencia en lugares donde las botas militares tienen más peso que las sandalias y los escudos bastante mas que las ideas. Por eso con mis ideas hice un escudo y con mi experiencia quise traer el mensaje de los sufrimientos que padecimos no solo nosotros como familia o familiares de Asfaddes (Asociación de familiares de detenidos desaparecidos) sino de un pueblo que se nos quedaba atrás en el paisaje pero adelante en la mirada.

De adolescente me llamaban la atención  las aventuras de viajeros que encontraban y describían sus descubrimientos, puertos con paisajes que sólo pertenecían a sus miradas. Luego de un tiempo inconsciente me di cuenta que eso había hecho de mi: Un viajero que venía sin remedio alguno, “sólo el que huye escapa”, decía Caballero en su novela y yo no podía profundizar en nada y al correr se iban quedando en mi fragmentos, partículas y pequeños tesoros recogidos en el viaje de aguas secas, un marinero de agua dulce. Salir de los Andes a los Alpes y brincar en medio del Brot y las kuchen al corazón de Alemania, a Kassel, Orientirunglos.

 

Cinexilio

Vivía en el hinterhof de la Wax, una enorme casa ubicada en Kreuzberg 61, en Berlin. La casa tiene una escalera preciosa en el centro del edificio y una cristalera en el techo, donde se cuela la luz del sol, cuando hay. La casa aún posee gigantescas estufas de carbón, que viene apretado en bloques rectangulares y en paquetes de más o menos 12 kilos. Algunas veces después de haber acumulado dos baldes enormes de ceniza, bajaba en cada mano un balde lleno de esta y los subía cargados de carbón. En el patio hay un enorme castaño, al que tengo lamentablemente alergia, pero bajo su lecho terminaban separados los residuos de la casa y la ceniza restante. También se resguardaba mi bicicleta, un regalo de otro gran amigo de Kassel que con el tiempo se ha hecho berlinés. Allí fui a parar después de haber dejado la primera estación de este exilio, que fue Kassel.

En esa primera fuga a la metrópoli descubrí los sabores mas agridulces del destierro, digo agridulces porque fueron muchas las alegrías que me ayudaron a sobrevivir esa época, aunque el hecho que marcaba mi estado de ánimo general era una terrible depresión. Me acusaban y me acuso yo de inadaptado, de incapaz de asumir lo que llaman el Presente. Mi mente siempre ha deambulado por los hechos ya ocurridos o por los que han de llegar a suceder, pero el instante de ahora como dice mi hermano es un “estar sin-estar”. Y eso para mi es el exilio: físicamente me pueden ver, oir, sentir, pero voy de paso, transporto mensajes como un chasqui y luego emprendo nuevamente el camino, llego y me marcho. Cada encuentro es una despedida más. La nostalgia es el traje más habitual, casi como un hábito.

Bajo ese manto grueso y gris del cielo berlinés, ese manto triste que cubre a los parias, a los ilotas, a los ciudadanos sin derechos viajaba yo, y no hago referencia aquí a la legalidad que ofrecen los papeles certificados, las visas y demás, de lo que hablaré más tarde, ahora me refiero a otro hecho, ese que levanta enormes murallas, no de piedra y cemento sino de prejuicios. ¿Dime de donde vienes y te diré quien eres? ¿Qué nacionalidad tienes? ¿Porqué viniste o qué te trajo hasta aquí?. No voy por ahora a decir las respuestas, a nombrarlas, o a interpretarlas pero el Deutsch seguía siendo fremdsprache... y el invierno un infierno. Un hecho que me sucede muy a menudo, una especie de transmutación linguística: si la V en alemán suena como la F en español, (mi lengua materna), el invierno era un infierno frío y pálido, tiznado por el romanticismo de lo que fueron las posguerras, por el mito de Europa en los sótanos donde aún se guarda el carbón. El sol y la luna invierten su género en cada idioma.

Berlín es la ciudad que se dibuja en mis ojos desde la contradicción, desde una palabra que diviso desde el metro: LEER: vacio. Leer: lessen. Vuelvo la mirada sobre los pasajeros que acompañan mi deambular y ninguno se mira a los ojos, pocos son los que se dicen algo, las puertas se abren y se cierran y en su intermedio una voz femenina dice Bitte zurückbleiben. Esa broma que muchas veces repetimos, uno no puede quedarse retrocediendo, como el cangrejo. Aunque la mente si lo haga, aunque el cuerpo pudiese responder a una orden de no avanzar, todo parece ser tan inmóvil, casi petrificado como las estatuas de los museos. La ciudad que se reconstruye mirando al futuro, llena de enormes gruas y constantes desalojos, de museos que nos dan una idea prefabricada del mundo, como si la historia tuviese un orden lineal; en sus puertas migrantes y turistas negocian los souvenirs, el precio del recuerdo, la constancia del “estar, de haber estado”.

 

Por la ventana cruzan nuevamente unos paisajes grabados por mi en vídeo, tiempo atrás, eran largas tomas desde distintos trenes. Nunca llegué a hacer nada con esas grabaciones, aparte de incluir pequeños fragmentos en todos mis otros trabajos universitarios y en los proyectos de guión que se perdieron en alguna mudanza. Parece que mis ojos registran al mismo tiempo que pierden: lo que llegue a denominar después como La mirada expropiada. Mi mente superpone otros paisajes en la ventana, otros personajes son los que miran a través del cristal, sus reflejos condicionados por la oscuridad del paisaje. En el se refleja Gladis, una mujer de más de cincuenta, morena, más o menos alta, con una sonrisa estupenda y mucha tristeza acumulada en sus ojos. Recorrimos casi toda Alemania de sur a norte en seis semanas, siempre en tren. Viajamos a la velocidad del wochenendeticket, del gutenabendticket en otras fatigadas excursiones, en el s-bahn, en el u-Bahn. Todas esas nuevas palabras aprendidas desde la necesidad y las distancias y cercanías que impone el lenguaje.

Gladys vino a Europa para transmitir un mensaje, ella habla un castellano sencillo, sin muchas pretensiones, pero con una actitud que a mi me marcaba y señalaba transparencia. Ella habla desde las experiencias sentidas y después pensadas. Casi todo lo que ella nomina ha pasado por sus sentimientos. Puede sonar algo absurdo, extraño, quizás suena pretensioso decirlo, pero ella comunica desde su humanidad, algo que nos salvó del destierro. Presentamos juntos dos formas de entender lo que llamamos Colombia, de mi parte No Name, el video sobre desaparecidos que nunca llegó a terminarse y de la suya el testimonio de un peregrinar inconcluso en busca de justicia...

Volvimos juntos a Berlín, hablamos de las cosas de la historia suya, de una niña campesina, de una adolescente desplazada, de una mujer que reclamó su derecho a la tierra en los cinturones de lo que era en aquella época Bogotá y de la mujer que ahora por primera vez viaja en tren, de la que me miraba y era mi invitada en la esquina de mi exilio, la wax. Después de unos días de compartir soledades, nos invitaron al cine Babylon a ver una película sobre vallenatos: el acordeón del diablo. La versión estaba en alemán, por suerte nos acompañaba otra amiga que enseñaba esta lengua a los estudiantes de la universidad nacional en Bogotá y que nos visitaba en Berlín y ella sobrepuso su voz relatando todo lo que decían los colombianos. Traducirle a una colombiana lo que dicen sus compatriotas, en un idioma que no se aprende en seis semanas. Muchas cosas pasaron por mi cabeza al ver el documental, realizado por un suizo.

Después de que Wim Wenders hiciera Buenavista Social Club, se levantó una ola de directores y realizadores en la búsqueda de uno o diez mil grupos de músicos, ojalá mayores de edad, para realizar campañas publicitarias que además de conmover a las víctimas del mercado de consumo pudiesen ser revestidas con el tono mas humanitario y paternalista de estos tiempos devoradores del capitalismo ultrasalvaje, llamado también globalización. El cine en la era global, es un arma mortal. Los prototipos de personajes representados en las pantallas de cine responden a los códigos emitidos por quienes dominan los medios, eso es aquí, en la China, en Berlín y en Bogotá.

El prototipo de músico colombiano enganchado al acordeón, al ron y a las mujeres en plural, con  hijos por todas las áreas visitadas con sus notas, es el protagonista del acordeón del diablo. Tras el una parranda de borrachos y acompañantas, de amantes de esas notas graves y de esas letras en castellano recortado por cierto ritmo tropical. Y después, casi detrás de las cortinas, un desagrupado conjunto de señoras encantadas por esas voces melódicas, las muy distintas madres de los muchos hijos, de pocos padres. Todo responde al prototipo de macho latinoamericano, el cual sigue fastidiando con su prolongación como héroe a imitar... Así estaba viendo yo la película, con cierta tristeza por la forma en que se siguen creando ídolos polígamos, no en el sentido de poder amar a muchas personas a la vez, sino en función de la capacidad sexual de procreación, no en su satisfacción, es en  lo que se han ido convirtiendo los héroes de las pantallas de cine. Que se pretende con esto, extender y multiplicar un mensaje de lo que es la cultura, la tradición, los ritos y comportamientos de cierto grupo social. ¿Son esos los valores que debe transmitir el cine?

Sabía que luego habría discusión, al igual que la tuvimos cuando Buenavista. Debía esperar el final de la historia y lo mejor sería no exaltarme y pensar en aquella historia de la llegada al cine en Bogotá, contada estupendamente por Alekos de la Sierra.  La historia del Teatro Olympia, con una pantalla en la mitad del teatro, estaba dividido en dos, donde unos veían la película al derecho (quienes podían pagar la entrada) y otros al revés, cuyos personajes, pertenecientes a las clases populares capitalinas empezaron a hablar y a leer de derecha a izquierda, como en árabe. Ayudados por espejos leyeron los diálogos del cine al revés. Es el tema de una película argumental que siempre quise rodar, pero debido a las distancias impuestas por las circunstancias, no llegó a realizarse.

Cuando salimos a hablar de la película, una amiga italiana aseveró que sabía cual iba a ser mi respuesta ante las imágenes que acabábamos de observar y empezamos a reírnos, de que valía discutir si no nos llevaría a reconocer nuevas formas de pensamiento. Así que dejamos que Gladys contara como se sintió en la película. Después de reconocer su admiración por la música vallenata, nos dijo que desde hacía 20 años no iba al cine, porque ir al cine en Bogotá es peligroso. Ir al cine en Bogotá es peligroso, repitió. Vaya sorpresa, nos quedamos todos en silencio, ni yo, ni nadie pudo explicar la situación. Bogotá era una violencia con nombre de ciudad, y alguien hizo referencia a la sentencia de un escritor colombiano que considera que todo acto de violencia es a su vez un acto de amor y motivo a un brindis, haciendo alusión a la frase de la mujer desplazada por la violencia de los actores armados en el conflicto colombiano, que aparece en el libro de otro periodista exiliado en Barcelona, Alfredo Molano: “Uno no se enamora de alguien sino contra alguien”. Recordé la frase de los pelaos pandilleros representados en el libro de Fernando Vallejo, “la virgen de lo s sicarios”: Se enamoro con odio. Una cadena de pasiones reflejadas en el amor que lleva a la muerte y el sentido que recobra la vida misma cuando esta en constante peligro. Luis Ospina prepara un documental sobre este polémico escritor que ha vivido en México desde hace casi 30 años y había dirigido tres películas, dos de ellas con tema colombiano, prohibidas por la censura en Colombia. El pretexto del cómo nos verán y el qué dirán han evitado que los espectadores del cine en Colombia desde su llegada aprecien las verdaderas posibilidades que el mismo fenómeno ofrece. Viajaba por Francia y visitaba a otros amigos exiliados, ellos muy preocupados por la imagen de los colombianos que iba dejando con su espectro la película de Barbet Schroeder basada en el libro de Fernando Vallejo. Según esto los colombianos éramos todos sicarios y disparábamos por oír silbar a un paisano en la calle. Se va completando una imagen, que a ido evolucionando desde la irrepetible Estrategia del Caracol de Sergio Cabrera con la que muchos disfrutaron durante años y que fue cambiando de matices con los espectaculares trabajos de Víctor Gaviria son el sino trágico que acompaña a sus protagonistas y a la inevitable realidad nacional.

A esta parte quería llegar, después de haber visto mucho “cine nacional colombiano” y de haber leído al respecto me queda claro que no existe un cine colombiano como institución, sino que existen películas, que anualmente se producen alrededor de diez películas realizadas en formato cine en los mejores momentos y ninguna en los peores, que cada vez se trabaja más en formato digital, la mayoría llegan a ser rodadas pero duran años en ser concluidas y exhibidas, que no existen estrategias de distribución y finalmente pasan a los anaqueles de las imágenes del olvido.

Yo quería brindar porque era un hermoso regalo para Gladys, ir al cine después de 20 largos años. Después de la heffeweissen, Gladys tomó una de las bicicletas y se fue rumbo a casa, a poner bloques de carbón en la estufa, para sobrevivir las noches de invierno berlinés.

 

 

III

 

Los visibles invisibles.

Haciendo alusión a los migrantes en Europa....

 

 

Son visibles cuando crean conflicto, cuando representan una amenaza potencial, cuando ponen en tela de juicio ciertos comportamientos, cuando no se adaptan a las necesidades del mercado y las costumbres de estas tierras. Ellos, los extranjeros invisibles, los que viven marginados, o segregados porque su labor es prostituirse o porque su oficio es delinquir y o peor aún traficar con drogas. Esos son los estereotipos que representan gran parte de los prejuicios que incluyen sin privación alguna a los que no se ven, porque cuando no están limpiando casas de familia, limpian en su casa o limpian en restaurantes, mientras sus familiares y amigos construyen casas y  construyen edificios y reconstruyen departamentos y chalets.

Hablo de ellos sin categorizar previamente, evitando así caer en prototipos prejuiciosos sobre otros. Hablo de personas provenientes de distintos orígenes a quienes une una circunstancia común: ser inmigrantes, en mi narración iré paso a paso contándoles una historia que tiene raíces, es decir que tiene razones muy claras, casi tan transparentes que por eso mismo no se ven. La emigración es sólo una respuesta histórica a lo ocurrido en el pasado.

Antes de que por las calles de Europa se viesen rostros ajenos a estas tierras y fuesen escuchadas esas lenguas incomprensibles que hablan los de la ribera sur del mediterráneo o las del este exsocialista, o las del lejano oriente, o a las tierras que después llevarían el nombre de América, donde se habla mayoritariamente castellano pero “distinto al de España”, tienen otro uso del mismo idioma porque gracias a la naturaleza, el Atlántico sigue estando en medio. Antes e eso ya habían partido marineros europeos en galeras y se enjuiciaban piratas por imponer otras leyes en la mar, “descubiertas, conquistadas, evangelizadas” de manera tan masiva como en los últimos años. Después  y antes del hoy también deambulaban esos otros fantasmas que emigraron a los países del centro y norte de Europa a reconstruirla después de sus guerras.

Hablo de mares que sintetizan la dimensión de ciertos fenómenos históricos, en donde al establecer paralelos, no queda la menor duda de que ciertas leyes permiten que la política este en función de la economía. En un hermoso texto de San Agustín, se hace alusión a los efectos de la globalización económica sobre las políticas mundiales, sobre el poderío de las empresas transnacionales como verdaderas organizaciones que manipulan a la humanidad con las leyes de las necesidades del mercado, arrastrándola entera en una lucha desmedida por la sobrevivencia, dentro del macroimperio que representa el capitalismo contemporáneo. La palabra globalización  con su tono suave esconde las realidades más atroces de nuestros tiempos. Una de sus respuestas es la migración.  Hablamos de mares donde sucumben miles de almas que no llegan a Europa.

En un país como España donde hay más casas por habitante en Europa, la cosa de conseguir casa acosa a los sin vivienda. Y sin vivienda pues quien vive. Consideración bastante primordial pues dicen que el principal problema de los migrantes IN, es la vivienda más que el trabajo, pues si vieran el trabajo que cuesta todo esto en las ciudades europeas, no especularían tanto. Ah pero no todo es conseguirla, dicen los que saben que el problema no consiste en llegar, sino en mantenerse. Pues claro díganme ustedes como se mantiene una culebra que se come la cola a ritmo de rap-iña. Hay que joderse y bajarse los pantalones porque sino no hay techo para guarecerse de las tormentas sistemáticas y sintomáticas del primer mundo, como si viviésemos al lado del sol. Cuidado que al darte la vuelta se te queman las pestañas.

Europa fue separada por Hércules en sus travesías comprobando la fuerza sobrehumana que poseía, fuerza desmedida que conllevó tragedias que superaron los siglos de los siglos, hasta repetirse y transformarse en mito y en leyenda, en el encuentro del politeísmo con la lengua de los hombres, y en su forma de interpretar las relaciones del hombre con la naturaleza. Con la proyección –imagen- life mueren a diario los que intentan unificar el paisaje que guarda la distancia de los brazos del hijo de Zeus. Y no trascienden ni el minuto en las noticias… antes de desaparecer tras otros cuerpos modelados para perderse sobre paisajes desoladores, vacíos de mineral, afirman destrozadas las gargantas de los que escarbaron la profundidad en la tierra: los mineros. En campos abandonados al trabajo furtivo de temporeros sin derechos, “ilotas” en la economía del bien-estar, en la que la miseria se arropa homogéneamente para no enseñar lo que puede ser su desvergüenza, los precios del cuerpo.

¿alguien me pregunta por los exiliados?

 

 

IV

Aquí encontré una carta escrita durante la realización del documental N.N. No Name, sobre los desaparecidos en Colombia, una en la que Pedro Campoy me preguntaba sobre los significados del primer exilio... 

¿ qué significa  volver ?

El retorno es la posibilidad de mantener algunos instantes suspensos en un tiempo indefinido, en un tiempo no delineado por el es o el será. Volver significa reinventar el tiempo en el que nos hemos ido construyendo con hechos, con sentimientos; en pedacitos de papel y con letras. Volver es la posibilidad del viaje abierto por lo que somos y hemos sido y por lo que llevamos dentro. Es regresar a las raíces, al lugar donde nacen mis primeras pasiones, mis encuentros con el origen de un tiempo consciente… es reincidir en el sabor de las naranjas y los plátanos, de los maracuyas, de las papayas, a la semilla que germina nuestra isla en la memoria.

 

2.¿qué significa volver a Bogotá?

Es la isla donde mis recuerdos comienzan a formarse, es el lugar al que pertenecen mis raíces, donde están sembradas. Bogotá tiene el encanto de hablarme con sus formas, con sus esquinas irregulares, con los cerros que se extienden infinitos hacia ese cielo azul que no todos vemos, que ni es cielo ni es azul, lástima grande tanta belleza.

Bogotá es para mi un poema sin versos, es una isla sin mares, es el lugar donde las paralelas se juntan para nacer de nuevo. Es la posibilidad de tener un lugar que se ha dibujado con los días, con las horas, con los sabores de las alegrías y de las tristezas. Esas son las paralelas, la simultaneidad de sensaciones. Allí no hay un tiempo para cada cosa, son muchas cosas para un tiempo que parece ser único, pero que luego se repite en el río de los paraísos perdidos, de los caminos que se bifurcan. Bogotá es una alegoría en la que la vida tiene el valor de lo sublime, no por decadente sino por esperanzador, porque la magia de Itaca consiste en que es en ella que se ha emprendido el viaje de la vida. 

 

¿qué es eso de las interferencias?

Es por un lado lo inevitable, lo que te acecha, lo que te rodea, y que de vez en cuando invade tus espacios, tus tiempos. Eso tan individual que eres y que te dice que estás aquí, rodeado de gritos, de hambres, de insuficiencias que el sistema tiene preparadas para las necesidades inmediatas. Las interferencias son como espacios vacíos porque la historia no escribe de forma lineal…

 

…¿cómo han sido las preguntas durante este tiempo?

Las preguntas vienen de una búsqueda interior, de los imperios que le fue describiendo Marco Polo al gran Khan, son una necesidad de paisajes, de descripciones, de historias que representan nuestras utopías, esas con las que construimos nuestra vida, así son esas preguntas, como nuestra vida, abiertas, cargadas de sentimiento, de preguntas por las formas en las que puede ser más efectivo ese interés porque esas historias crucen el Atlántico y no se pierdan como pateras cruzando el océano.

La intrahistoria, esa parte de pueblo que aun llevamos dentro… y que vemos que el río de las incongruensias del sistema esta arrasando sin dejar huellas… digamos que las preguntas son las huellas de esas huellas, son la parte de la historia que hemos decidido vivir, contar, rescatar para emancipar el pasado en el presente, en el futuro…

 

 

¿qué te queda de todo esto?.

Me queda la sensación de la vida, de ir corriendo apresurado tras ella, tras una señal de nosotros mismos, de lo que podemos llamar identidad. Me queda el haber compartido con gente de la que su ejemplo muchas veces me dijo más que sus palabras. Me queda la sensación del largo trecho que queda por recorrer, de los días y horas que hay que invertirle a este proyecto de vida. Queda la noción de un tiempo que ha valido la pena por sus bellezas, por la hermosura que puede encerrar la confianza de las historias de puertas abiertas, cuando la desconfianza que produce el terror las ha cerrado todas, queda el orgullo de sentirse participe de una historia, la nuestra. Queda el río de la memoria para volver a bañarse, queda la imaginación para recrearla, quedan las sonrisas y las alegrías de la angustia y la desesperación, de la intranquilidad que produce la incertidumbre, no saber, no tener idea cómo enfrentarse al  destino, cómo asumirlo, ni que rumbos emprender. Queda la isla del día de antes, la del después, la que vendrá con nuestras preguntas, con la imaginación, recreando Itaca u otro descubrimiento para las ciudades invisibles.

 

Recuerdo haber emprendido este viaje en las callecitas de Bacata, con sus paisajes soleados e infinitos, con sus ciudades en cada esquina y sus ventanas abiertas al sueño de un día mejor, de un día posible. con sus amaneceres siempre tan puntuales y los atardeceres que se marchan lentamente dejándonos al abismo de una noche tropical.

En esa ciudad, en esa isla esta el recuerdo vivo de mi madre, de la mujer de la que herede un país, una ciudad, un espacio, un camino de espacios posibles y por construir, unos caminos que se iniciaron con su búsqueda, con la posibilidad de un reencuentro, con la necesidad de sentir nuevamente su presencia en mi vida, así comenzó este viaje.

 

IV El retorno

 

De ida y vuelta, de vuelta a la ida.

 

Parece finalmente que he llegado, Berlin me recibe otra vez con los brazos abiertos y como no: con muchas incertidumbres. Comenté que este anterior viaje sería para decidir y dejar de estar sintiéndome en el lugar equivocado. Pero no, no he podido decidir nada, como voy a hacerlo si me gustan algunas cosas de allí, otras de aquí, otras de más allá y hasta me emociono un poco al saber que también conmigo mismo y sus soledades tengo momentos gratos.

Nací en un lugar donde la convivencia humana, o la connivencia social, como quieran llamarlo, esta regida indiscutiblemente por la pasión. Amar u odiar, no hay de otra, son las secuelas culturales de lo que han sembrado nuestros antecesores históricos en el pedacito de tierra que los gringos quieren hundir como la Atlántida. Entonces no sé si identificarme con el naufrago que sale con un pedazo de historia en el corazón que lo mantendrá a flote pero no navegando. O como el marinero que lleva mensajes importantes entre los pueblos, algo así como un chasqui de los Andes, corriendo a velocidades inimaginables para que los invasores no tuviesen un éxito definitivo en su destrucción de lo poco que en las condiciones  de guerra pudimos conservar. O simplemente uno más de los que no se resigna a vivir el olvido, en el olvido. Gracias a la Fragua del tiempo, mi confusa identidad pasa de tener un aire melancólico a irse por bulerías y desde una mina a punto de ser clausurada os diré que si soy como uno de esos de ida y vuelta. De vuelta a la ida. Quizás deba enfrentarme a otros temas, a unos que tengan que ver más con estos paisajes, que sean más accesibles. No sé.

Cuando iba rumbo a Costa Rica donde mi protectora reside, la santa patrona de los desesperados, me tropecé con un destino nada alegórico pero si enardecidamente simbólico: Los colombianos no podemos pisar los Estados Juntos ni de tránsito, razón por la cuál, recorrí tres aeropuertos centroamericanos en el lapso de dos noches y dos días. El primero en la turística isla de Santo Domingo, República Dominicana, capital del merengue. Allí, los guardias de frontera discuten por la incomoda realidad que provoca tener a cuatro sudacas y a dos africanos sin  permisos de estadía en la isla. Después de largas horas de estarnos mareando con los pasajes, las conexiones y sus posibles horarios, debíamos esperar a un acompañante para salir a pasear por las playas mientras el problema se resolvía. Así estuvimos bajo custodia, para prevenir simplemente cualquier tropiezo mayor, pues a su parecer los viajeros del Deportation Class, son pasajeros no deseables por ninguna de las fuerzas de machos fronterizos que juegan a medir el nivel de aceite de tu dignidad. Y bajo custodia nos llevaron a una de esas cárceles cinco estrellas, en las que los presos llevan cinticas de colores y pueden ir por ahí junto a pieles rojas de distintos orígenes ordenando a los esclavos de color, o paisanos de uniforme, atenderlos bien o de lo contrario serían enviados a las mazmorras, a que agonizen por y con hambre. Los aborígenes no tienen derechos.

Ignorante o por lo menos aparentando serlo, me hice el imbécil para huir de la presión sico- lógica de las circunstancias y dejé que mi cuerpo disfrutara o lo intentara del CARIBEAN COAST. Hacia bastante tiempo ya que mis pies no sentían el cosquilleo de la arena, ni el golpeteo de las olas sobre sus empeines, ni mis rodillas se flexionaban saltarinas al ritmo asimétrico de… y disimulando un poco la huida para abrazarme el sueño de la reconquista de mi propio continente, de una América Nuestra y Libre, me fuí entrando al lado oscuro del puerto. Allí una voz candorosa, de esas caribeñas preguntó: ¿de dónde saliste chico?, que no te he visto pasar por aquí antes. Vaya emoción me produjo aquel sonido, pues confundí la cordialidad con amistad. Así que entre paso y paso con arena entre los dedos, la mujer me sacaba informaciones sobre mis pretensiones en la isla, mis acompañantes y la cantidad de dólares que llevaba en los bolsillos. Espera, Espera chica, que yo no estoy aquí caminando contigo por eso, mira tu te equivocas. Y ella respondió, no, no chico, yo sé lo que te digo, yo te hago lo que tu quieras, me pagas y yo le doy de comer a mis muchachitos que estan en casa con hambre. Fijate, de todas maneras no puedo ayudarte, no tengo nada de cash en los bolsillos, lo siento por tus hijos y por lo que hoy pudiesen comer gracias a los placeres del cuerpo que tu me ofreces, pero soy digamos nada menos que un naúfrago y nada poseo de los tesoros que tu solicitas.

Podría llamarse Natividad, la primera mujer con la que dialogaba en la isla y ya el sistema la tenía puteada. Ya no sabía que era peor, si la presión sicológica que ejercía el guardia con su sola presencia, la presión económica de Natividad o la escenificada y teatralizada realidad para turistas pieles rojas que piden cubas libres y cocos locos mientras semejan, imitan o viven sus vacaciones al son de Wilfrido Vargas: el baile del perrito.

 

Un asco profundo me produjo todo el show, así que ahogé mi asco como todos los demás, mientras consolaba y me consolaba al ver como nos deportaban a los latinos que creimos salvarnos del hundimiento de la Atlántida escapando como fuese a Europa. Pero aquí como en la canción, no hay cama pa tanta gente, según cantan las leyes de inmigración: Problemas  fronterizos. We going now to Panamá city.

Decían los abuelos indignados con los antiguos mandatarios de Colombia, que cómo se les había ocurrido regalar a Panamá a los gringos en 1903, lo que no se imaginaron ellos ni siquiera al leer a García Márquez, es que los males sí duran cien y más años, que comenzaron tomándose la mano, luego el brazo y en la Postmodernidad Neoliberalista todo lo demás.  El spanglisch duramente acomodado a la situación nos hablaba de una realidad un poco más American Dream, we have all what you need. Sorry,  brother, pero aquí nada es regalado. Esa mala costumbre de los colombianos de pedir todo así: me regalas un vasito de agua, me regalas tal cosa, me regalas… cuándo se ha visto aquí que regalen las cosas?, yes, brother, we have all what you need, but in this place you need Money. You Know, Money.

Gracias, pero ya que me lo recordaste, no eres mi brother y guardemos las distancias porque si no, no te pago el fraude que serviste por coffee. En alguna parte de mi resonaba el eco de la voz panameña de Rubén Blades cantándole a mi ser: “Te estoy buscando América, y temo no encontrarte, tus huellas se han perdido entre esta oscuridad... te estoy llamando América, pero no me respondes, es que te han desaparecido los que temen a la verdad…”

Por favor pasajeros del vuelo Copa, con destino a San José de Costa Rica y Managua, por favor abordar el avión, último llamado a los pasajeros que… la señal que anunciaba que este tiempo de andar encerrado y sin aire de verdad empezaba a terminarse. Tanto tiempo sentado esperando a que en cada vuelo y en cada trasbordo otros decidan por mi cuando debo comer, a que hora debo descansar, a que películas o a cual música deben mis sentidos prestar atención… Señor y no se le olvide llenar el formulario de ingreso al país de Costa Rica, en inmigración lo solicitan los Guardias.

 

Un tal Alexander solicitó con acento paisa el bolígrafo para rellenar el formulario. A lo que añadió: perdoname, ¿qué cosa lees vos? Farenheit 451. Ah, es la historia de los libros y los bomberos que los queman o ¿no?. Sí, también…, esa iba siendo mi pasmada respuesta mientras dentro de mi veía como el tiempo futurista del libro había llegado y escenificaba además todo el panorama inmediato. Muy buen libro. Si, profético tal vez. Mirá vos, no digas eso, Dios hay uno y su palabra ya está dicha, en la biblia la encontras. Yo no he dicho que sea la palabra de Dios, he dicho sólo que es la palabra de un hombre que acertó desde su perspectiva el posible futuro de la humanidad, nuestro presente. En el presente la voz de la asistente de vuelo anunciaba que en 10 minutos arribaríamos al aeropuerto y con ella el campanazo que me libraba de una nueva conversación sobre la fe a 11 mil pies de altura.  No sé qué giros dimos en ese momento que terminamos regocijándonos en el blues, y por el que fuí premiado con un hermoso disco de John Lee Hoocker, One Bourbon, One scotch, One beer, para vos que hiedes a alcohol te vendrá bien recordar tu última borrachera, dijo, mientras nos dirijiamos hacia los guardias de inmigración. Su sinceridad me permitía preguntarle al paisita sobre sus días en la capital antioqueña. Su expresión se vió encendida con el fuego provocado por el amor fugaz de una niña que quiso plasmar su pasión con una declaración escrita a pulso sobre un azul celeste pálido. El metro de cielo que cargaba este hombre en sus manos me daba envidía, pues el poema celeste que yo recordaba marcó una larga etapa de escepticismos, de nostalgias tangueras: Porque ese cielo azul que todos vemos, ni es cielo, ni es azul, lástima grande tanta belleza. Usted cuánto tiempo se piensa quedar en Costa Rica señor Arellana. Lo que puedan llegar a durar cuatro semanas. Y qué va a hacer durante ese tiempo?. Visitar a mi familia, (cosa que a usted no le interesa, palabras no pronunciadas pero sentidas en el alma) a algunos amigos y hacer turismo (sé que eso les encanta oir) en su hermoso país. Siga señor Arellana, que tenga usted una agradable estadía en nuestro HERMOSO país.    

Me quedaban unos cincuenta pasos para liberarme definitivamente de la última panda de policias de fronteras y sus perros adictos a los narcóticos. Los bigotes y las gafas oscuras empezaron a moverse cuando descubrieron mi presencia entre los viajeros que lograban ya casi su libertad. Dicen que los últimos pasos son los más difíciles de dar en cualquier competencia. Hágase a un lado por favor y abra sus maletas, ¿qué trae en ellas? ropa, algunos libros… No trae nada de alimentos, comida, mire nosotros somos policías antinarcóticos y esta es una operación rutinaria, ¿a qué se dedica usted en Colombia? Miré señor policia antinarcóticos yo no vivo más en Colombia, por lo tanto no me puedo dedicar a nada, yo vivo en Alemania y allí estudio, aquí vengo a visitar a mi familia y a ella no le gusta que ande cargando comida de un lado para otro, menos si hay tantas fronteras entre ella y yo. Bueno, puede empacar sus cosas, que tenga una agradable estadia en nuestro HERMOSO país con su familia y Goutenn taag. (y usted con la suya) se dice: Guten Tag! Hast du es gehoert. 

 

Afuera el sol pegaba firme sobre la piel de la tierra asfaltada y parecía que finalmente aterrizaba. Un autobus al centro de San José para hacer el trasbordo hacia el Mall San Pedro y finalmente allí dejarse rodar por la inclinada calle con los pies inertes hasta cruzar la iglesia de Fátima, y triunfal saludar al joven que sale de la caseta del guarda, para tirar mi cuerpo derrotado bajo el pedacito de techo que me guarecía del apocalíptico cauce de mis propias decepciones. Sin descansar empecé a revisar cada objeto que mi protectora rescató del diluvio universal, libros, muchos libros, fotos, papeles, planticas, películas y Joven venga se come alguito. Mi tía había dejado encargado un despampanante pedazo de lengua de vaca en salsa con papas criollas y jugo de maracuya. Comida de verdad, y no lo decía por la carne sino por su sabor, el indiscutible sazón casero que bajo ninguna circunstancia compararía con los prefabricados ingeridos en el viaje desde mi wg en Berlin hasta este territorio de paz en los Yoses, San José.

Pocos minutos después apareció Valentín, con su uniforme veranero del Humbold Schule a abrazarme y a enseñarme los tesoros con los que jugaríamos hasta que el lobo estuviese listo para echarse a correr sin dejarse atrapar, vamos Erick bailemos que ya no tengo que volver al Schule, mañana no tengo que ir y pasado mañana tampoco. Somos libres para jugar lo que queramos... Espera, que un amiguito tuyo va a celebrar su fiesta de cumpleanios esta tarde y ya tienes planes para hoy. Mañana organizamos las vacaciones.Vamos te acompaño y de paso veo un poco la ciudad. Lo que ella permita de camino descubrirle, lo que mis cansados ojos se atrevan a registrar. Lo que mi cansada alma quiera guardarse para si, para sus memorias.

 

Los jardines las flores de tropicales colores alegraron con su sutil presencia mi ilusión,  la naturaleza cuasi salvaje de las montañas verdes y de sus presumibles olores que no se percibían en los cruces peatonales, lograron resucitar uno los desahuciados yos, que cargaba mi cuerpo. Los semáforos que colgaban de cables en la mitad de las calles, no eran funcionales por decirlo de alguna manera, pues los conductores no repetaban a los peatones, ni se respetaban a ellos mismos en la competencia del diaro vivir. En las noticias no paraban de narrar los innumerables accidentes de tráfico que cada día ocurrían en las pavimentadas calles de este país mesoamericano, como lo anunciaban en cada placa institucional. Aunque en las placas de los coches dijese, Costarica, Centroamérica, el automóvil es otro tipo de institución. Nada tenían que ver la posición de los semáforos colgantes con las descripciones de las placas de los automotores, como tampoco tenía que ver la imagen del país que llamaban La suiza americana con lo que mis ojos percibían de San José.  En cualquier caso ya me hallaba allí, sentado en un autobus con sillas de madera rumbo al paseo Colón. No es por que este señor al servicio de una corona europea hubiese llegado primero que yo a nuestra América, que debía recorrer las calles que llevan su nombre y jamás se imaginó, si no por la natural curiosidad humana que empezamos mis sentidos y yo a descubrir la tierra que alimentó hasta la saciedad varias generaciones de monarcas europeos. Mientras todos olvidábamos que los aborígenes morieron en un genocidio decretado por la corona de la reinita isabel y con la bendición de la iglesia católica fueron asesinados y condenados hasta el día de hoy a ser esclavos.”Aztecas, incas y mayas, sumaban entre setenta y noventa millones de personas cuando los conquistadores extranjeros aparecieron en el horizonte, un siglo y medio después se habían reducido, en total, a sólo tres millones y medio”. Aunque se haya (en el papel) abolido la esclavitud y tengan un alma reconocida por los concilios, los nativos siguen muriendo, también de hambre.

Enfrente de una pizzería norteamericana un par de niños juegan a cuidar los carros de un parqueadero exclusivo para clientes de este lugar. Un cristal de 8 milimetros de grosor separaba a este par de morenos inmigrantes de un país vecino llamado Nicaragua, con las privilegiadas criaturas de sangre alemana como lo certifican sus pasaportes. Los de dentro juegan en un espacio acondicionado con plásticos de colorines, los de fuera con monedas sobre el cemento. Los primeros riegan por los suelos bebidas colas y tiran pedazos de pizza por capricho, los segundos cuentan ansiosos las monedas recolectadas y esperan la partida de algunos propietarios de los exclusivos automóviles para completar una suma que en luces de neon anuncia el precio de un misero pedazo de pizza. Toda la tarde miran los de afuera a los de adentro y estos por su parte y por órdenes de sus mayores ignoran lo que afuera puede estar ocurriendo. Al caer el sol unos lloran porque se tienen que ir y los otros celebran triunfales la victoria de la paciencia con un pedazo de maza blanca que inevitablemente se opone con el oscuro color de sus manos.

Volvamos a casa, volvamos antes que una nueva tristeza opaque mi alegría, antes que se apague la felicidad de tenerte Bruder paseando cogido de mi mano por las calles ticas, por las calles que van marcando el cuarto año de tu exilio, ese que te tiene rodando por medio mundo y ahora en tu octavo año de vida te deja un acento costarricense. Vámonos y déjame soñar con que te leo un cuentecito y tu te duermes con mis palabras. Deja que la noche caiga y el amanecer nos encuentre descansados para jugar a ser felices.

 

Con la promesa en el pecho, con la necesidad de reencontrarme, de buscar eso que llaman raíces, regreso una vez más a mi tierra, a las calles donde cabalgaban mis pies, saltando al ritmo de mis lejanos recuerdos, volver, una y otra vez, las veces que sean necesarias hasta alcanzar los paisajes de mi edad primera.

Se vislumbra desde arriba la tierra con la claridad de un lucero al amanecer y con la intensidad del sol del trópico, uno que en la tarde se irá como se fueron otros soles, otros luceros  y otros venados a habitar lejanos paisajes. Vuelvo a las imágenes que mis ojos han recogido, los ojos que mirada son. Es entonces mi corazón el que os habla, este corazón que ha compartido con vosotros esa otra parte de mi vida que circula como un riachuelo de encuentros, con los que el destino o el camino de la vida me ha hecho coincidir. Un río que desde el cielo se ve caudaloso y con afluentes, un río que desde los cielos se vislumbra anunciando ya un desembarco en la Itaca de mis más profundas pasiones. Bacatá, nombre que los muiscas dieron a Bogotá, espera ser descubierta nuevamente por mi, por la mirada que soy.

Mientras yo estoy volando en ese más allá donde la poesía tiene lugar, imagino la ciudad, aquella Bogotá que mi vida necesita, no a ella en su estructura general, sino en los detalles y en las esquinas. Bogotá más allá de los espacios cerrados tenía muchas botas militares rondando las peatonales y sus monstruosos carros se dejaban acomodar enfrente de los museos y todos los parques y en cada uno de ellos. Uniformes de toda clase y con toda clase de señales para acelerar, detener, obstaculizar y revisar cualquier cosa que les enseñaron era sospechosa. Sospechosa era también la forma en la que estaban pintadas ciertas calles con diseño cosmopolita. Ahora borran con concreto como decía el señor Guarín, hombre de dios y que en su gloria se encuentre: Nos están borrando la historia en la cara (y no se trata de rechazar de primera lo que los ojos reconocen como nuevo: más concreto y ladrillos naranjas), abriendo paso así a un Monserrate aún desordenado y angustiante.

 

La llegada a Bogotá.

Antes de cruzar el cristal me acerqué a la ventanilla del Banco que anunciaba el Money Exchange, para cambiar unos cuantos retratos verdes de Franklin por algunos de esos pesos oro con figuritas de los consagrados héroes de la Patria y de acuerdo con las leyes de la economía. El primero de esos medios pesos llevaba en letras capitales y ligeras un AMERICAN BANK NOTE COMPANY. Y ahora vienen a decirnos que van a dolarizar la economía nacional, bueno como en toda la región, si esto ya estaba escrito y firmado en los billeticos que pusieron a circular con la carita de perfil de Nariño, y que ahora por ahorrarse la tinta de los ceros ponen a circular los miles en letras, mientras mantienen los números que en nuestro hoy llegaron a 50  con la también perfilada cara de Jorge Isaacs. No se puede llegar a saber si estos son buenos o bien hechos, es decir no tengo a la vista a nadie con quien comparar si son certificados por el Banco de la República o por los paisanos dedicados a la alquimia de reproducir por cuenta propio el oro y las arcas de la imaginación, porque estos pasan un par de veces pero la cadena tiende por romperse por el lado más flojo.

 

Con un Isaacs en el bolsillo derecho, dos Policarpas en el izquierdo y un José Asunción Silva en la mano crucé la frontera. Miércoles, nadie vino, ahora pues a ver si la memoria funciona, si la jerga sale limpia y verdaderamente sé nadar como pez por esta ciudad que tanto añoré.

El Dorado, la así llamada avenida Jorge Eliecer Gaitán, es el afluente de un río escarlata de memorias que se sepultaron y sellaron con impunidad. Vuelve también su voz como un eco que rasguña las ventanas y hace que le abra campo a la frase que se plasma como un grafitti más en los muros que separan la historia de la intrahistoria: Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado, somos capaces de sacrificar nuestras vidas por la paz y la libertad de Colombia, nuestra bandera está enlutada

Y a mi izquierda empieza a dibujarse como un espejo dentro de una caverna, la ciudad de mis memorias, una ciudad enlutada. Primero aparece el Instituto Nacional de Radio y Televisión, donde la vieja se hizo sindicalista, y los sindicalistas yacen por montones debajo de eso que llamamos suelo. Más adelante la Universidad Nacional donde se hizo estudiante de sociología y donde nos enamoramos juntos de ese sueño llamado libertad. Pero aquí se criminalizó también a los estudiantes y a los soñadores, a los hijos de la Matria que imploran libertad. Aún permanecen los ecos de las pedreas y de los combates desiguales entre policías y estudiantes, donde siempre hay veinte de los primeros por uno de los segundos, y por cada uno de estos privilegiados estudiantes miles de ignorantes.  Vuelve la voz del maestro de maestros, el doctor Eduardo Umaña Luna reiterando desde la academia: Todo hombre inteligente que se presente al país para el cambio está condenado a muerte.  

Se anuncian ya con nuevos versos callejeros los campos de muertos reconocidos y sin reconocer, pero y esta Plaza ¿Qué han hecho con el cementerio de ene enes “N.N.”? ¿ha dónde se los han llevado? Aquí trastean con los muertos de un lado para otro sin dejarlos como dicen los católicos al sepultarlos, en el descanso eterno.  Como no dejaron descansar tampoco los que una vez estuvieron en una fosa común en el cementerio de Guayabetal y que luego se guarecieron de atrocidades mayores en el cementerio central bajo una placa con el número 68 que decía: Compañera Nydia Erika Bautista de Arellana. Una década que concluyó en febrero de 2000 por orden de la Fiscalía General de la Nación, Unidad de Derechos Humanos para verificar si eran o no los mismos restos de mi adorada madre. Todo pasa como un flash, también nuestra vida se marchita como flor en la puerta del cementerio. 

En la avenida Caracas, la cápsula del tiempo se nos presenta con el nombre de Tranmilenio, ya no existe la Troncal que mandó construir  el Señor Andrés Pastrana (exPresident) cuando jugó a ser Alcalde de la capital. Una especie de metro en la superficie de este otro afluente de nostalgias y de pasiones a precio de Huevo. El Bolivar Bolo club, se ve dignamente custodiado por un ejército de prostitutas y travestíes que le hacen calle de honor, ofertando como no, placer a precio de huevo nacional. Los hay de todas las esquinas del país y de todos los colores y casi para todos los gustos. Y si por si acaso queda insatisfecho, al frente en la 24 venden los huevos cocidos ya y una morcilla que parece estar hecha con sangre de paisano. La que antes fue caseta y ahora casita, me repite lo mal que va la vaina, pues si el negocio del señor funciona con lo que le dejan sus fieles clientes y clientas, por aquí están colgando a más de uno de los mismos huevos criollos. La corte de raponeros, Geishas y Marielitos llega hasta la Avenida Ciudad de Lima y el campanazo del semáforo en rojo me muestra el edificio del que por otra clase de pasiones fue lanzado desde el séptimo piso hasta el suelo que como ya antes mencione es gris- rojizo, mi tío, el Alba, un viernes santo hace ya una quincena de años.

Cruzando la Avenida Jiménez me cuentan de la otra nueva ciudad que se construyó con el desplazamiento de los vendedores de casetas rojas y amarillas y que ahora ocupa su lugar una escultura de Manzúr. Paramos en una estación de esas transmilénicas llamada irónicamente Tercer Milenio y de un lado y de otro no se percibe sino el hedor de un enfrentamiento prehistórico entre los Policías y militares contra los harapientos y hambrientos hijos de las injusticias nacionales. Esa parte de país reconocida internacionalmente como una de las zonas rojas del mundo y que tan cerquita de la Casa de Nariño o casa presidencial, se rehusa con lo que tiene, porque no es la limpieza social lo que limpia la pobreza, no es matando pobres como se acaba con el hambre. Ya me había contado el Alba en su última correspondencia del 95, como limpiaron la calle del Bronx, como sacaron los cadáveres en bolsas y los tiraban como ene enes en la puerta del desaparecido cementerio. Y los sobrevivientes pues se mudaron al otro lado del río, con los pulmones que les quedaron de fumar bazuco tomaron aire y emprendieron la carrera subterránea para esa otra ciudad de los Mártires. Una ciudad que se confronta casi a diario con las balas, con los Milicianos y con los uniformes. Ya casi todas esas construcciones de Santa Inés han sido derribadas, sólo quedan los vestigios en medio de las basuras, de las ratas, del plástico quemado. De la carne de humano achicharrada por mil fuegos distintos. Cuerpos que ni siquiera llegan a la esquina siguiente donde se encuentra ubicada Medicina legal, la encargada de identificar a los recién fallecidos. Enfrente la Estación Cien de Policía, una de las instituciones, estaciones, más temidas por los colombianos. Que olor a miedo, a tragedia posmoderna, a terror se respira afuera.

Pasando el Eduardo Santos donde mis tíos y mi padre gastaron su infancia y cruzando esa primera Avenida que en el mapa del proyecto N.N. se denomina Nydia Erika Bautista, llegó al barrio de mis primeros años… San Antonio de Padua. Al otro lado de la estación que en los vidrios dice: La Hortua, está el ancianato donde algunos sábados íbamos a hacerle compañía a esas personas entradas en los años del olvido de los que una vez consideraron suyos. Allí tuve una gran amiga, doña Rosa, quien se reía al presentarme a su marido, el bastón que la ayudaba a caminar por los pasillos bucólicos de la miseria que es llegar a viejo en nuestra patria. Lo que una vez comenzó como un ejercicio de los marianistas para llegar a recibir la confirmación como católicos, se transformó en el más bello ejercicio de aprender a vivir, donde los viejos y mis viejitas contaban canciones y poemas de su propia inspiración, transmitiendo así la poesía del vivir y de su sueño que nada tenía que ver con los sueños motorizados que les instalaron a su lado, una concesionario de coches. Sin darme cuenta paramos por instrucciones de uno de esos jóvencitos que prestan su servicio a la patria vestidos de auxiliares de Policía, y tras él empezaron a salir de la central de inteligencia de la Policía, la Dijin, algunos camperos de vidrios oscuros y placas alteradas… así es la ironía nacional, pues tras su partida permanece un letrero que habla de la propiedad intelectual y de lo mal que se paga por su fraudulento uso.

Nuevamente las luces del tan nombrado objeto de las esquinas nos permite continuar el retorno y doblando por la esquina de la droguería Rosas, que aún conserva un perfume medieval a riego para espantar los malos espíritus se divisa la vieja casa al borde del camino.

 

 

VI

Somos parte de esas voces que se enfrentan a la guerra como la poesía se contrapone al dolor colectivo de un pueblo al que le han impuesto la guerra.  Voces que gritan, voces que resuenan como un lamento que no llega a ser canto pero que pretende serlo, un canto a la vida que estuvo antes de la muerte, a los que vivos se llevaron. Un canto comprometido con el amor para con los ausentes.

A nosotros también nos antecede una historia en donde seguimos aferrados al último suspiro de los muertos recientes, que sumados a los ausentes del ayer, nos pesan como siglos. El siglo se acabó y en su último cuarto se llevó con su pasaje lento muchas vidas en Colombia que fueron sepultadas sin nombre y pasaron a alimentar los anaqueles de la historia del olvido. El siglo de los sin nombre, de los que flotaron destrozados en la corriente de varios ríos, de los que murieron en masacres y fueron sepultados bajo la marchita tierra de los días sin flores. De los hombres y las mujeres que como flores fueron arrancados de sus primaverales identidades, de su ser como personas, para adornar con los nombres de los que han muerto sin identidad alguna, sin historia, los desiertos de la desesperación, la destrucción y el desamparo. Un gran vacío dejaron los desaparecidos al marcharse al amparo de la niebla, en una noche laberíntica.